No hay afueras cuando su perímetro circunda
el parteluz de mi tránsito, piscinas como ojos de agua
entre flores blancas de azahar, un aroma a pétalos
en el aire que abril extiende sobre un pavimento
anónimo, el púrpura de los autobuses no es el color
de un relámpago herido, es bandera de sangre que recorre los silencios
de la ciudad con la fe nocturna del águila en los faros que vierten
su luz hacia el núcleo de unas sombras que lamentan la llegada del día;
y ya somos un río sin nombre bajo el humo gris de las avenidas,
un río que atraviesa el jardín inhóspito de los centros comerciales,
la fugacidad de los vagones de cercanías al alba y al atardecer
que son nube lánguida, nube de sudor y móviles
como espejos donde se refleja el rostro infantil
de los niños que fuimos en la arcadia feliz del tiempo
que pasó sin un eclipse de luna en los labios.
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