Hay en ti memoria del árbol que abandona en el mar su ramaje,
porque en el azul de tu vestido he visto el mapamundi de las islas
inhabitadas; y más adentro la catedral del bosque con su fuente
que reverbera bajo la luz donde las mariposas son abalorios
que cuelgan de los troncos envejecidos, y el color finge
no ser color para que la ninfa oculte su perfil de agua
bajo las flores que el aire mece con el arrullo de una música
de trinos dulces en las horas de un mediodía fugaz. Pero hoy,
en las estelas que dibuja el mar junto al roquedal del espigón
has arrojado semillas de púrpura, y, también, una flor blanca
de pétalos carnosos como labios húmedos que flotan junto
a la cicatriz de mi nombre, ya convertido en pez de tu estanque,
en cauce de tu río, en rumor de tu ola eterna.
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