Madrigal sonoro que en tu latido mecánico encierras la voz del tiempo,
bajo tu cáscara de caoba, de haya o de roble hay mil engranajes de lentitud,
tu péndulo tenaz se mece como una cuna de plata,
con la constancia de un latido tras el cristal esmerilado,
con el índice invertido como si señalaras a la tierra profunda
donde las horas ya no son la medida de la luz,
como si en la faz blanca de tu rostro un recital de números repetidos
exigiera un beso circular que no acabara nunca de morir,
en tus agujas asimétricas solo hay ríos infinitos,
ríos que transcurren por un único cauce que nos niega,
una y otra vez, el sueño de ser eternos.
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