Asoma en el caparazón multiforme el tallo fino de la flor.
No sé qué misiva o deseo hay en los pétalos que, con lentitud,
se ajan como se aja la piel futura del presente bajo la caries del olvido.
Ni sé de la melancolía que el perfume deja en el rincón más oscuro
de mi alma si el olor de la rosa asciende hacia los ecos de una memoria
que recuerda los jardines multicolores de la juventud.
Y es la curvatura de sus líneas en los lomos de cristal, de barro
o porcelana un refugio en el que la petunia, el clavel o la rosa
sobreviven a la intemperie de los días de invierno.
En sus dibujos de greca, de pájaros o en la lisura monocromática
que se yergue como una pared donde la flor convive con la luz
está la canción de la vida, su belleza antigua, la gracia de las corolas
que nadan en el estanque traslúcido del tiempo.
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