Hijos de la lluvia y del verdor amable de los montes,
pacientes como un río lento y firme que transita sin premura
entre arboledas frondosas, cabalgan el mar y cuidan la tierra
con el vigor sin límite de su naturaleza ancestral, pausados como
un árbol que desde su raíz se empina altivo hasta los cielos grises
que dan el fruto del agua, hombres de recia fe en el misterio
de las leyendas que se transmiten como un rezo en las madrugadas
de invierno, mujeres de rubia piel que esperan a sus Ulises
con el temblor en las entrañas cuando arriba la marea, viajeros
por necesidad hacia países desconocidos porque el hambre
fue una poderosa ola que los empujo inclemente, sensibles
a la añoranza desde la lejanía de otros lugares que no son el suyo,
hay música en su voz y sinceridad en el abrazo, aseguran que su tierra
la creó Dios al posar los dedos en el perfil de su costa, son hijos
de la lluvia y el verdor amable de los montes, permanecen
serenos igual que envejecidos troncos bajo la bruma del mañana.
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