Se abre mi país, se expande por el territorio feliz
de mi casa, aquí el platino de las olas y el acontecer
de un río que transcurre entre meandros fértiles
donde la vid es un laurel que corona la testuz de una tierra de verdor y sueños.
En la pared, los bosques arracimados, eucaliptos y robledales,
pinos altivos, un tapiz sin las heridas del surco, crestas como penachos
donde la bruma traza amaneceres de lluvia gris, y un canto de alalá
que retumba por las cuevas y las recónditas madrigueras del lobo y la alimaña
se esconde de la luz bajo la sombra matinal de los arces.
Y si busco en el espejo que tanta veces me mira,
detrás, como un lienzo de mareas que vagan por los dedos abiertos de las rías,
un resplandor de ágiles navíos-barcos sin edad que rompen las espumas del vendaval-
transita por las estelas del azul hacia los paraísos de peces
arrebatados por el flujo incesante del océano
que los lleva hasta los límites del ártico o el perfil de las islas,
más allá de esta lágrima inmensa que es el mar de la vida.
Y en los suelos, el mapamundi de los relieves, en su tez
el íntimo sudor del labriego, su mies, su ganado triste,
su huerto, siempre en fruto como un árbol celestial
entre rocas que reclaman una red de lagos y lluvia perenne
para que el pájaro beba de la escarcha que forma el invierno
en la pétrea piel del granito.
Y en mi habitación, la soledad del emigrante,
el silencio del temor cuando el viaje es una sombra
que impide ver la luz del futuro en los ojos de un hombre que ha perdido su patria.
Y el ímpetu de la leyenda, un río de cadáveres que resucitan en hileras de candiles,
bajo sábanas de estupor y grupas de caballos erizadas como espigas sin paz
en las madrugadas de los caminos solitarios-ulula el viento y la lechuza
en su rama observa a ese sol lunar que imagina pálido
como una perla en lo negro de la noche-.
Y también yo, espectro de mí, con mis cenizas y mi piel
y mi raíz muda, con mi nostalgia y mi voz que pronuncia el idioma ancestral
del arrullo-suave la letanía-, su música que canta al agua y al verde,
a la lluvia y al mar de este país que navega por mis arterias
como un navío sin otro puerto que el azul de un horizonte infinito.
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