Sobre las prímulas del azar llueven copos de niebla estéril,
casi en derredor la ceniza de los días esconde en su cáliz
llamas de inexactitud, extraños símbolos que fueron cruce
entre la pasión y el descuido de no adivinar el llanto inmortal
de los minutos en el seno de los cuerpos familiares que exhiben
sus heridas sobre la cruda esperanza de un devenir frágil,
atisbo de insensatez el desorden de la ola que llega indómita
como un atlante brutal a la orilla del silencio que amamantamos
juntos para que solo hablen los ojos, y nunca en la palabra
exista la humillación, la pérdida o el triste y efímero acontecer
de un imprevisto que rompe la serenidad de los vínculos
con la certeza irremediable de las horas furtivas sin ángel,
y las horas del mañana, el territorio donde la lidia persigue
sobrevivir con el mentón altivo de quien lucha hasta
la muerte contra los impulsos tenebrosos del azar.
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