He ocultado las velas en mis ojos de niño, su luz muere
en las orillas del tiempo con el hambre de los relojes
palpitando en mi corazón como un pájaro voraz, capítulos
de los días por venir en la carcoma que traza sobre mi piel
una cicatriz de falsos ríos, penumbras y resplandecientes músicas
de alfabetos inacabados, palabras que envejecen como luces
de candil y lágrima en las cuevas del dolor, testimonios que llovieron
cuando el soplo de una boca dejó en el aire la ilusión compartida
por el festín jamás vivido de la gloria y el sueño de los príncipes;
y son mariposas entre flores de nieve los recuerdos de la juventud,
las pirámides de una infancia poblada de luz, los regalos de la amistad
que, por si sola, es tronco en el naufragio en que se apoya la dura
canción de la vida, aves de alas transparentes los días que viajan
por el azul de los años con el silbido de los relojes en su tez, como
un maná de cenizas que se esparce por los jardines de un sol perecedero.
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