Te daré la lluvia tomada entre mis manos para que moje
el tibio reflejo de tu piel. Vendrá el ruiseñor con la voz
tierna de un pájaro herido por los azares de la vida para
que la soledad escuche una melodía de arpegios sonoros
que van cayendo como rocío en las membranas acuosas
de tus iris azulinos. Y el ángel que se alejó de tu nombre
volverá a ser la vocal que aúlla en las sílabas rojas del estío
como un extraño eco de lo que un día fue la cálida palabra
que en mis labios puso unas alas de amor bajo la insaciable
canción del nunca decirte. Qué azul es el viento de la noche
y qué frío el que llega hasta mí como una sombra gélida, sin paz
ni utopía con la que cobijar el temblor inclemente de nombrarte.
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