Pesa en mi mano la redondez de su infancia recién nacida,
lentamente en la corteza la navaja penetra como una lengua
de acero y níquel que desprende del blancor su pulpa agridulce
de néctar milagroso, del hemisferio brota el jugo en gajos de piel
desprendida por los dedos finos de mi madre que acercan la media
luna hasta mis dientes donde se derrama como un manantial su tapiz
mordido por el ansia de mi sed que ya no espera a sentir el aroma
del fruto en sazón antes de que el río de su vientre se rinda a mi codicia.
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