Estas horas que llegan vencidas igual que un atardecer
moribundo me abrazan con su lamento efímero. Vivo
en el silencio del día junto a una nube con areolas de ocaso
mientras invaden los pájaros de la noche su guarida cóncava,
allí el trino es azul de mar encendido por los fanales de mi habitación
en duelo y todo sucede con el artificial arrullo de una luz tramposa.
En mi voz hay carámbanos de luna que se agrietan como
el cristal del hielo en el candil que torpemente me ilumina,
nace la quietud bajo el alféizar y se derrama su ola invisible
sobre mi piel dormida lo mismo que un oasis de paz entre
el griterío de las voces de los locales abiertos. El neón escribe
palabras de abril: flor, agua, primavera... en mi pared desnuda.
Lentamente los párpados se abrochan a las pestañas del sueño
como un ojal se abrocha a la impaciencia de un botón amante.
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