Enlaces como dijes o átomos prohibidos que encuentran,
sin querer, la sonrisa ambigua del pasado;
la palabra tiene el don de un artilugio con membranas de vida,
se esparce sobre un rastro de nubes, codifica el tiempo,
da sangre a la sangre del futuro, a veces recorre el laberinto de la música
y los fieles cantamos odas de cisnes, sin la alegría el pájaro;
también el color y su estigma de arco iris, la fugaz historia de los signos que,
como anclas, viven en la profundidad de un anhelo, nos dan un sur adónde ir.
Mi océano sin islas, mi rastro en la estela-qué resplandor en la espuma-,
y en el vientre de las horas la letanía de un arpegio azul,
su máscara retorcida por la filigrana de inventar la duda
en el jardín del recuerdo, la sinrazón del olvido con mensajes negros,
la huella en la nieve, jamás vista porque en la sed del sol,
en su morir de artificio entre raíces de pétreo abril
no existe el viento húmedo que torna en metamorfosis
la agonía de un cáliz sin ríos, ni savia, ni aroma en la flor del silencio.
Y tú que ya no eres carne bajo la sombra del almendro,
que no heredarás del ardid el espejo incólume de la juventud,
que te acuestas-oh sí, látigo firme de la ausencia-
con el temor a vivir bajo las cascadas de la desmesura;
igual que el solitario grito que no deja reír a la noche, te inmolas,
tu frente de farol y labios abiertos en las plazas de un deseo pálido
cuando se abren los pétalos del frio eclipse y en los Médanos llora
la arena por una luz de flores blancas, sin perfume, sin el ramo del clavel
o la dalia entre las miríadas de lentejuelas que se filtran por mis dedos
como glóbulos rojos perdidos en el canal de un latido insomne.
Así de quebrada mi luna como la clepsidra del hielo,
sólida quietud que en mi mente espejea,
repitiéndose como una secuencia de caballos fugitivos
a la orilla de un mar que carece de diques en donde surja la paz,
donde yo pueda escribir la sola palabra que resume el color de mi pensamiento: tú.
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