De perla veteado el plumaje de un colibrí entre las hojas
de los pinos, hay un desliz del azul en el oro del pálido sol,
de púrpura la inmanencia de un río, tal vez corazón, flujo
en la herida que baja por las cordilleras verdes de la luz;
y la cicatriz oscura, casi historia del arco iris porque nació
de un rayo voraz que llevaba en su piel un racimo de flores
estelares, cohetes en el cielo que se desvanecen en rosas,
amarillos, rojos, azules meteoros de cabellera como cintas
de relámpago, como hilatura de manantial, como el efluvio
multicolor que las lágrimas de un dios arrojan a la nada;
y el sueño blanco de los cisnes, y la jungla de un fiel ocre
entre los rubís de la madrugada, y la patria infantil
del iceberg traslúcido, y el aire que no tiene amapolas
en el oxígeno invisible de los átomos, y la refracción
y la metamorfosis de tus vestidos de plata y luna
en un crisol devorado por la luz, en una rosa artificial
donde jugáis el tiempo y tú a derramar el color como
un perfume se derrama en la inmóvil textura del silencio.
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