Creamos líneas precisas sobre la geometría de los suelos,
subimos por los troncos de los árboles como una arteria
que no cesa de manar savia, en la pequeñez y la negrura
está el alma de un colectivo cuya fuerza es el tesón que nos une,
no nos importan la lluvia ni el cierzo ni el sol ni la canícula,
a veces morimos, si el agua, como un torrente fatal,
anega el sendero de un jardín abandonado, es la llama
el enemigo si el bosque arde con latidos de ceniza
en su corazón de agosto, también-como la propia tierra-
el cantil, el atrio, los muros o la madera de las habitaciones
nos sirven de hogar, y así seguiremos igual que un río que circula
incansable por los caminos, aún sin descubrir, de la vida.
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