Abriste un mapamundi de coral sobre la luz áurea
del tiempo vivo, sin naufragios de naves perdidas
en los confines de un azul tempestuoso, sin pantanos
que pisar tras las huellas del vagabundo, sin la ruta
donde abril perece entre rocas de cristal y laberintos
de sílice, en ti solamente la pálida cabellera de un faro
extendida por los senderos que en lontananza divisamos
como líneas de un ardid quebrándose al sol de un mundo
por venir, la locura de las acequias en la matriz de mis venas...
así fluye el acaso, dormido lebrel que ladra en sueños
a tu sombra, quizá donde los mirtos y la nieve conviven
bajo un fuego imaginario exista un edén de palabras
sin razón, náufragas en la tormenta de la edad que va
cayendo con hilos de clepsidra, con rumor de fuentes
en el agua de los días, allí donde tú trazaste un mar de coral
sin nadie que vislumbre el eco que avizoras más allá de las islas
ocultas por la niebla de un presente que ya ha dejado de ser niño.
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