En el seno del agua las anémonas agitan su finos brazos
de esponjosa quietud y el cardumen como un tapiz de platase aleja con el impulso indomable de la tenaz corriente.
Filtra la luz su rayo solar con los cabellos derramándose
sobre la espuma que el mar bravío ensortija con el frenesí
del aire en las olas de una tempestad arrebatada, pero aquí
bajo la noche líquida peces sin condición rodean la piel
de mi traje con un círculo multicolor de tránsito fugaz,
sin demora en su orden de ramas fósiles que el inmenso
árbol oceánico columpia como si fuera una cuna que el río
subterráneo balancea entre algas, corales y rocas mecidas
por la mano ancestral del salitre azul. Y pasan el tiburón
y el delfín, la sirena y el haz que pone una flor de rocío amarillo
en la corona del viejo Poseidón, el pez que aova en un cúmulo
rugoso, y el crustáceo con su coraza imperial entre nubes de arena,
y en medio de la llanura traslúcida de un piélago inconmensurable
la sal de tu nombre da forma a la plenitud del silencio. Eres tú
mi superficie cuando miro cómo juega la luz con el recuerdo que surca
la corriente de mis ojos y enmarca el marítimo conjuro de no olvidarte más.
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