Sombría la lisa membrana de donde brota el aliento vital
del plasma, con la quilla surco los estrechos limites de la roja
tiniebla mientras a mis lados imágenes fósiles de secretos ocultos
por la infancia representan escenas de islas en la pared viscosa
de este canal donde palacios de mármol y agujas de plata brillan
entre la hojarasca del tiempo como un jardín en el que la memoria
reproduce el ensueño de la colina y el faro con su anillo resplandeciente,
su haz que asola los párpados, la sortija del cristal cuya luz emerge
entre las dunas de la misma playa en la que la osadía del galeón
penetró igual que el agresivo espolón de una nave sin ruta
bajando a la orilla del magma, anclándose al rumor
del río púrpura, derivando su mástil hacia las cavidades
y el capilar múltiple en suicidio de piel, y dentro la casa
y la ternura de ese rostro que vivía entre los muros de otra ciudad.
ay! el rubio espejo que el sol enciende al volver su cabello
la hembra infatigable a la que no le han crecido las alas del amor,
y la semilla de la lluvia-bendita lluvia de azares y viento en la latitud
de todos los momentos en que mi voz se perdía hacia las plazas
y el musgo de las columnas- tras el retablo que en mi bolsillo
refulgía sin ser de oro, por el humo del desamparo
-un crepitar de tabaco en la urna caliente de mi pipa,
mullidas las hebras de tizón y fuego- asi los oráculos
como palabras de anteayer brotaron de las bocas levemente
poseídas de dulce, mientras los párpados caían
como hojas de árbol en la humilde caoba de la espectral mesa.
Estaba la ciudad alerta y la sombra de todos los miedos en las calles solitarias,
también los naranjos de las avenidas en plenitud de primavera
y los autobuses que llegaban sin pasajeros
hasta las marquesinas donde mis huellas eran de frágil paloma
y los grillos mudos, sin el eco de las piedras callaban por el tósigo
de los portales cerrados y el coro de las bocinas,
las frases hechas en los picos de los pájaros
y los eclipses de la noche pálidos de luna y neón.
Las glorietas vacías y los cines abiertos aunque el amanecer llegara,
aunque el grito del cóndor se oyera por los laberintos mentales
de los ahogados que regresan al nido oscuro donde las horas son cadáveres
y el turno de dormir se viste con el insomnio del caminante que se aleja, se aleja
entre orines de ángeles y semáforos negros
como el abismo sin paz de las cloacas.
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