Me diste un arco iris que llenó de color
la sombra de mis días, a tu lado no hay quietud
sino efervescencia de pálpitos, lunas que persisten
en la claridad como perlas suspendidas sobre el azul del verano,
minutos que quisieran echar raíces alrededor de tu espacio
para ser árbol y cobijo que, eternamente, acompañaran tus sueños.
Tú sabes que el tiempo se desnuda y no huye de mi cuando sonríes,
no ignoras que tu voz es un candil que ilumina los diálogos insomnes
sin la paz de los oasis verdes.
Hay en ti ríos cuyo cauce dorado desemboca en mis labios
como veta de un oro que se derrama en la humedad con filigranas de futuro,
con ansia de florecer igual que una rosa en el invierno más hostil.
Y si me dices sol y mar, yo te digo trenes hacia el sur,
catedrales como una cicatriz en la primavera que fuimos,
pubs donde el cascabel del hielo nombra tu ausencia,
faros cuyo haz transita los pasos fugitivos que aún seducen
a los portales con la música estéril de tus botines rojos
alejándose como palomas que han abandonado las plazas sin luz
donde únicamente sobrevive la penumbra.
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