Hay un sol invisible que ilumina los ocasos de tu luna;
todo tú sombra de las sombras en la plenitud del mediodía,
amante del silencio que niega el jolgorio de las nubes
al derramar sus islas de agua sobre la piel del mundo,
en ti la noche es claridad cuando entre las rosas
de la penumbra fulge un adiós de cometas vírgenes,
apagadas como el tizón que anuncia un rastro de ceniza
en tus pies de ave fugaz, en el tímido gesto con que vistes
la memoria de no haber sido luz mientras caían sobre
las horas de tu ayer extraños laureles de castidad como
maná sin hambre, como lluvia sin río, como invierno sin nieve.
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