Tenia en sus manos el álgebra de los sueños,
la canción prohibida que susurran los niños
si ven morir a las palomas de la noche.
La materia motriz de un caudal convertido en monedas
resplandecientes como las alas de oro de un pájaro
que extendiera sus extremidades al sol de una mañana desnuda.
En su pecho, aún sin ceniza, el orgullo de un corazón
que late fuerte igual que un tambor anclado en la profundidad del silencio.
En el mapa de su piel hay venas que no se tiñen de azul,
entre sus dedos el barro del que no surgió la imagen que quiso viva,
y en el que ahora le parece contemplar el rostro sin definir
de los muchos hombres que fue.
Sincera felicitación por tu obra- Besos
ResponderEliminarGracias, Amalia, por tu visita y palabras. Un beso.
ResponderEliminarA usted por compartir Bendiciones. Buenas noches.
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