Les hemos dado vida sin querer,
cada uno creció a su manera.
De la sangre combustible,
del corazón latido,
del pensamiento árbol
que florece en una nube.
Nos acompañan como un perro fiel
hasta el abismo
donde caen
igual que lluvia sobre la boca de un lago.
Los necesitamos porque dan color a la negra noche de los días.
Nos alimentan aunque sean un espejismo
que al acercarse se volatilizará
como un reflejo de luna
al nacer la aurora.
Son el alma de la razón y el oxígeno de la esperanza,
sin su existencia no volaríamos.
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