Ya no eres ave blanca sobre la inmensidad del cielo
ni se escucha la palabra limpia que sella el papel
con un abrazo de nieve; en tus hombros no amanece
el sol que ilumina el flujo de una hermandad ancestral;
has caído como un ciervo acribillado por los obuses
del frío sin que la luna mostrara la ingenua palidez
de tus andares de niña, y ahora que eres cicatriz
en el viento de la fugacidad yo invoco a tu manto
que da abrigo al silencio para que seas, al fin, la voz
que dura lo que dura el día que jamás será noche.
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