Esas olas que no son viento ni hambre de pájaros
en un mar oscuro, solo amanecer sin estrépito de espuma
porque hay latidos que se derraman como savia de un árbol,
lentamente, en agua de paz, música que no es melodía
de goznes entreabiertos al fulgor sino húmedo trino
de lluvia en el cristal, aceras de mansedumbre bajo
un sol esférico, lágrimas de arroyo que forman un surco
líquido que se vierte dejándose ir como un gas invisible
sobre la piel de los días que atrapan mi sed sin que el frenesí
de los relojes hiera la sombra que va dejando la claridad
en los espejos, al irse, al fluir como nave fantasmal
por las llanuras de un horizonte que quiere dejar de ser luz
de tormenta en el atronador silencio que mi deseo invoca.
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