Como de nácar el rostro que ves en la laguna,
pulida tu piel sin el temblor que el aire provoca
en la corteza del agua, desnudo ante la doblez
nítida que, como lámina de espejo, la superficie
colmada devuelve a tu faz de mejillas jóvenes
y frente de marfil, de arrobo contenido tu expresión
antes melancólica, ahora en perpetua metamorfosis
de grata complacencia, inclinado hacia el beso
que reproduce tu imagen, rozando con los labios
la belleza frágil que al posar tu hendidura candente
siembra en el seno parduzco del agua una semilla
de inmortalidad, verás alzarse la flor blanca con su tallo
enhiesto, las letras de tu nombre en sus pétalos altivos.
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