Esparce las semillas por el surco como si esparciera
el don de la nieve, las manos recias, ajadas, manos
de labrador ancestral, manos que también lucen surcos
que son cicatrices de gratitud al sol, al agua, a la tierra,
a la lluvia que invoca cada día a través de la oración
-concédenos, señor...- que aprendió desde su más
tierna infancia, es un hombre humilde, casi anciano,
con los dedos heridos por la artrosis, mas él continúa
con la siembra, sin el moderno regadío de las grandes
plantaciones, sin el tractor que hiende el corazón de la tierra,
solo con el arado y la azada que heredó de su padre y este
de su abuelo y su abuelo de... Conserva la fe, no ignora
que un día, más o menos próximo, del surco brotará el tallo,
del tallo las verdes hojas, de la raíz el fruto, y del fruto
la semilla que otra vez esparcirán su manos como si
esparciera sobre la piel de un sueño el don de la nieve.
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