Están aquí como chispas de la luz
que encienden la médula
de los ríos invisibles.
Fluido de sombras que traen un vigor de ecos renombrados
en cada bocanada que alimenta la corriente donde el mar rojo
de la vida fluye en círculos, en elipses, a través de un canal
envejecido hasta la orilla del pensamiento bajo el latido
que impele los músculos de quien camina sobre las brasas de la noche.
Moléculas de amor en el oxígeno que viajan como nautas
de una sangre acostumbrada a perderse por el laberinto de unas raíces
que envían fulgor a la corteza de la piel, al capilar que se yergue
igual que un árbol de queratina, lo mismo que una hoja
de pinaza hacia el beso del aire.
Ah! cómo en mi voz, en mis ojos, en el sabor acre del cáliz,
en la táctil yema que se desliza por mi arteria azul;
en tu respiración de ángel, en tu sangre nueva
hay olas que se han convertido en sístoles de un corazón
sin cala a donde arriben los pájaros del ensueño.
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