Sumérgete en la luz acuosa que fluye por las veredas del tiempo.
Nada como un mortal entre la espuma del río donde la eternidad
es un rumor de mariposas amantes que se recrean en el candil
que forma la pátina del agua al transcurrir por un cauce henchido
de vida. Mójate bajo la ducha que abraza tu piel de niño grande.
Bebe la rosa transparente que no tiene el sabor del jengibre
ni la sal de la ola ni pica como un pájaro en las papilas nuevas
ni sabe al azúcar blanquecino que florece en la caña ni es ácida
como la pulpa de un fruto joven recién brotado del árbol. Recibe
la bendición de la lluvia de abril con las manos alzadas igual
que un cristo desnudo en un desierto voraz sin las piedras
húmedas que habitan la orilla innominada de tus pasos.
Conviértete en molécula que mora en la saliva del amante
porque el agua es amor de labios unidos por la sed que solo sacian
los murmullos de un manantial que ahora descansa en el remanso
fértil de dos bocas que sellan la luz más líquida, la luz cristalina
que transcurre bajo los puentes inmemoriales de un río sin fin.
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