Y tú, encendida amura del barco donde vivo, linterna que ilumina
el bosque del hogar, largo pasillo en el que crece el abismo de la infancia,espejos que adornan la imagen olvidada, el rostro que palpita en el azogue,
la magia de los perfiles sin buril, lisura del metal, fiebre de la plata
en la plácida quietud que niega las horas, suelos ajedrezados con laberintos
color ceniza, la pared donde la lágrima rodó, culmen del llanto por la ausencia
de niñez, alas batiendo en los alfeizares, alas de paloma anclada como navío
en la memoria de las ventanas, crucifijos que cuelgan del miedo, un balón
silencioso en la repisa entre juguetes que juegan con los horarios
a ser diamantes que sostienen unas manos ya encallecidas, molduras
y arabescos, zócalos ennegrecidos junto a zapatos de cuero marrón,
puertas con nombres en el dintel, con polvo en las manillas, sin horma
para la llave de oro que abría el celestial nido donde mi voz era príncipe,
donde las agujas de un reloj clavaban sus saetas en la mirada del espejo,
susurros de candidez, sábanas con dibujos de superhéroes, póster de ídolos
marchitándose en los cajones de un cómoda sin labrar, y los pasos y el eco,
las risas y el timbre de un teléfono a media tarde, la música y el ventanal,
abajo tiembla el mundo, las jóvenes besan el alma de la juventud, y más lejos
el mar, la ola, la orilla y el faro, y mis ansias que fluyen como ese haz que circula
por las avenidas de un tiempo que se resiste a ser, únicamente, olvido.
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