En el suelo yacen las pisadas que aún viven bajo la luz
de la nostalgia, y es su dibujo un laberinto de signos ocres
donde se pierde el rumor de las risas antiguas, el lento deslizar
de un balón como si fuera un esquife por el canal que forman
los altos muros de aquel pasillo gris vuelve a mis manos, igual
que ayer, entre goles sin número y gritos de un júbilo amordazado
por las reglas tácitas del silencio, suena el teléfono- ave oscura
sobre la cómoda de caoba- y una voz familiar se derrama,
sutilmente, como un aire que retorna después de diez años
a su guarida con el ansia del recuerdo poblando sus vocales,
aquellas que repiten como sonido de campanas la letanía
de una mímica que nunca se perdió en la eternidad de los relojes.
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