En el vidrio de un vagón descubro rostros que permanecen
intactos como huellas que habitan el confín de la memoria,
viaja su metálica cola por mis concavidades como un látigo
atroz que golpea la sinrazón de los recuerdos, en su fluir
no hay término, ni hay parada en mí, solo el lánguido circular
de sus torpes ejes por la senda envejecida de mis arterias,
irrumpe su testuz en el color de la sangre, en el oxígeno vital,
en la estación del pensamiento como una serpiente
hostil que no halla guarida ni encuentra su último destino.
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