Habitar los escondidos ejes de las sombras,
allí donde el susurro es de metal como una brillante filigrana
que ilumina los ecos tenues de una historia oscura.
Ser incógnita en el núcleo de la verdad más común, otro hemisferio
en un satélite improbable, la luz que retrasa el brotar de la noche
con su lento paso de lince, el revés de los minutos que dejan
un filtro fantasmal cuando nadie siente su discurrir de mariposa
entre el pálido silencio que fluye como agua de un río mudo
por las arterias de mi carne.
Así tú que eras el oro dulce de los pensamientos
cuando sin ser materia, ni voz, ni altura en el dintel de mi casa,
solo una presencia de hilos azules en mis ojos, vertías el candor
de tu vestido en las aceras por donde los ágiles pasos de tus botas
formaban huellas de polvo gris a las que el viento ponía una firma inútil.
Sin vocales que hiriesen la sed de unos labios donde se dibujó
solamente el color de la ceniza, sin tu perfil, ni tu aroma,
ni tu geometría de joven cérvido que huye del portal
donde acecha mi anhelo.
Fugaz como el pájaro que persigue un amanecer
entre los posos de la noche que a menudo habitan tu casa en penumbra,
tu habitación sin luz, el cristal sin sol que no deja ver si eres solo ausencia,
o acaso una tímida quietud que se adivina entre las sombras.
miércoles, 21 de agosto de 2024
Las leves formas de tu presencia
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