En tu voz la lluvia es blanca como un resplandor de nieve,
mi tez de niño triste, la piedra que cubre el silencio de paz
y es la metamorfosis de un anhelo, el río que pobló de pulidos
ángeles la memoria de los hombres, tus tres diademas de santidad,
la rubia ceniza que vas dejando en los árboles, el corazón alegre
de los nidos que alfombran las ramas, la cinematografía y el papel
que guarda la santidad de los poemas, sus imágenes hospitalarias
en la cruz de mis ojos, como en los tuyos que son de coral
pues se parecen al mar de los días, sin temor, sin el ácido
de la senilidad en la lisura de la piel, sin los ecos que reverberan
bajo mis párpados que ya no se abrirán a la bendición
de la inmemorial lluvia que cae sobre mí desde tu mojada voz.
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