Al pie del río canta la vida. Extraños pájaros
que se acercan con sus picos rojos y el andar grácil.
Humedad, sombra, árboles sin miedo de que los reviente
el aire, mesas abandonadas como dólmenes anacrónicos.
Soy la risa que se diluye en la algarabía, la campana
de la iglesia tañe la luz, el silencio es un hongo que crece
en el color. Días de verano junto a las espigas al sol, días
de mirada animal, dulce la leche que olea en los cántaros,
los huertos fructifican la raíz con los dones de la tierra.
Palabras mudas que se escriben en los gestos de hombres
y mujeres sin voz. Por la tarde arranco de los frutales
su corazón de fruta aguada y me arrincono en su sombra
igual que un niño feliz. Doy vueltas con mi bicicleta amarilla,
subo las colinas, transito el pedregal, llego al valle y descanso
de mí. Es un recuerdo lo que aquí escribo, es la fuerza vívida
de una edad que niega el paso oscuro de los relojes,
la mirada transida de una nostalgia que fluye y fluye.
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