Te debo un poema,
claro como la luz que fuimos.
El cruce altivo de los ojos
dibujó en el silencio un clavel ambiguo,
la palidez, el verde de un iris tímido,
el perfecto anclaje de las piernas,
tus rodillas igual que bocas o suburbios.
Hablar, sí, para que la niebla no crezca
junto a la mica y las habitaciones oscuras.
Ven al cine, quieres, que era como decir ven a la noche
y sus teatros húmedos.
Al principio el impulso es fragor
y torrente de piel e islas remotas,
manos que antes no habían conocido
la táctil rosa del deseo,
labios que ya no esconden su saliva fúlgida
entre los pliegues de otros labios huérfanos.
El amor es un territorio de flores brillantes,
un arco iris al que le ha nacido
el color de la esperanza.
Es inútil vivir en el tiempo real de los horarios,
la eternidad fluye como un rayo sobre el mar de la juventud,
la alegría exhibe su alas
que al final quemará la pasión.
Y después los viajes, los planes,
el futuro hasta el hoy
y la memoria del agua en las hojas,
la fatal fugacidad de aquellos días azules,
los veranos fértiles de vida.
No es este el poema que quería escribir
es tan solo el que he podido escribir
para ti, para nosotros.
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