Jaula de piedra que llora juventud.
Contrasta la indiferencia del mármol
con las voces, la gimnasia y los cuerpos alegres.
Escalas de armonía son los latidos del futuro,
su ansiedad no existe porque cada hora
estatuas y gárgolas rezuman lágrimas de agua bendecida
-falsos techos como cataratas de onírico fluir-.
Apenas hablo misterios,
soy transparencia lábil,
un muñeco sin alas que seduce al azar.
Todo se enfría en su olor mecánico,
las limpiadoras nos regalan flores mágicas de alhelí,
el estudiante vigila sus libros
porque en ellos está el aliento del devenir
y no quiere la duda ni la miseria del padre.
¡Qué insólita la costumbre de los pájaros
cuando suicidan el oro de las ramas
por un gusano exhausto o una miga preñada de sol!
Mi habitación no guarda latitud,
a veces se encoge y es un mínimo gorrión,
otras se abre como vientre fértil
contra las cenizas que aventa
la bruja de este camastro atemporal.
Sueño mapas de tinta invisible,
escribo letras en un pasquín
con los mofletes de Mao brillantes de charol,
muertos como la utopía.
Y salgo hacia las calles desnudo de ayer
igual que un recién nacido que balbucea tu nombre,
tu nombre que no conozco
aunque ya lo espere en tus labios sellados de mercromina y azur.
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