Abre su boca la vida. El mundo no es pequeño,
el futuro nadie lo ha dibujado todavía. Desde la sed
del tren la tierra germina en paraísos de verdor,
bosques impíos, lagos de cristal. Soy un cuerpo
virgen que se entrega a la luz como un neonato sin patria.
Me dicen que la isla no conoce el frío, ni la prisión del aire,
ni el aliento de la lluvia. Ahora mientras leo este libro y su desdicha,
una figura se recuesta indolente contra el plástico ajado del vagón.
Ese alguien me enseñará la ciudad en un destello antes del volver
al orden y al color. Hacia atrás el viaje no crece, se recorta
el perfil isleño como un signo de piel en una gota inmensa.
¿Aprenderé a caminar con los fardos en mi lomo, lejos del recuerdo,
desnudo de historia? Escribo cartas con letras azules que abandonan
el papel igual que gusanos torpes. Mandan en mí con palabras
que se entrecortan, incoherentes de ser. Veo en una fotografía
mi tez oscura bajo el resplandor de un neón oscilante. Todo
el mar es una lágrima inmensa, sentado en la playa las horas
fingen un retorno sin voz. Enciendo un cigarrillo y me fumo
un pedazo de vida.
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