¿A quién dirigiré esta carta ignorada?¿a mi ayer, al que fui, a su sombra?¿a ti que un día me acompañaste sin que ni tú ni yo comprendiéramos la plenitud de lo efímero? La tinta es como la sangre del silencio, se derrama en la memoria para ser luz compartida, territorio común de las bocas mudas, letras que encienden la mirada con imágenes que reviven los paraísos o los infiernos del pasado. Aquí estáis, padre y madre, como dos hélices que no cesan de girar sobre la calidez, la ternura, la incomprensión de la distancia que no recorrimos. Aquí los hermanos y sus juegos fértiles, las hermanas como ideales de juventud cuando la rebeldía era un músculo y la utopía una flor. A vosotras, mujeres que quise, os escribo con el sexo en la mano y el susurro en los labios para que entendáis que una frase es un mito donde vosotras encarnáis la fatalidad de las diosas múltiples, el desdén del oro agrio. A los amigos que tuve les regalo un punto final, la vida nos lleva en su cresta y allí reímos, elucubramos, soñamos a la vez, sobre una ola que muere al filo de una playa solitaria. A todos os pido perdón, esta misiva sin remite leedla como un anónimo abrazo de aire, como las ascuas de una hoguera donde se han escrito los hechos desnudos del azar y del olvido. Os saluda atentamente…
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