Siempre espero a la lluvia.
Entonces te propongo el refugio de los bares
donde saciar la sed de la palabra.
Me gusta dialogar contigo,
tu pensamiento bendice la luz,
tu voz me acaricia sin que tú lo sepas.
Da igual si la distancia entre los dos es proximidad,
en la penumbra o junto al ventanal,
rodeados de cuerpos que son como nosotros
-juventud álgida, misterio y noviembre-
hay un hilo que nos une desde la cintura del mar
a los altos edificios de la historia,
una forma de entender el olvido que seremos,
un crepúsculo todavía henchido de claridad y asombro,
una pasión por los cines baratos,
la decadencia y el sueño de los poetas mudos
que pueblan el silencio de las miradas.
Podemos hablar de cualquier cosa que tú quieras,
lo que digas ya lo escuché antes,
lo que vayas a decir será lazo, flor,
también ceniza que el tiempo va dejando
entre las ropas de un vestido azul o un colgante de plata;
entre tu boca simple y mi corazón rebelde
no existe inmortalidad, solo efluvio,
un aire en tránsito que se aleja.
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