El viaje como metáfora de madurez. En mí
lo que imaginé y vi: ríos, plazas, calles angostas,
iglesias negras, gentes que hablan, ríen, se esconden
bajo paraguas o caminan entre luces desvaídas.
Cada ciudad exhibe un alma distinta, en todas
predomina un color, huelen a pasado, sus edificios
guardan una pátina de historia que no sé descifrar.
Praga, Londres, Lisboa…lugares grises, lentos,
sin la edad del futuro ni la gloria del hoy. Recuerdo
la emoción de pisar sus avenidas, los museos
que tantas veces soñé, la presencia inmortal
de quienes labraron el mito como una voz
en silencio. Qué extraño saberme allí, mirando
las aguas oscuras del Moldava, los tejados rojos
de Lisboa, la torre y los puentes de un Londres
invadido por el miedo. Que no termine nunca
el instante en que la luz vive para mí como
un fulgor de imágenes, como una eternidad
efímera. Y es cierto que es así, de lo contrario
jamás habría escrito este poema.
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