La amistad es una ola que destella.
Nuestro territorio la playa y el dique,
escopetas que disparan entre las junturas
donde asoman los hocicos de viejas ratas
marinas, al atardecer del verano los reflejos
en los tubos rojos de las bicicletas, las jóvenes
y sus pieles de sal, el olor de las barcas
a pescado azul. Desde la habitación el mar
oscurece, de pronto golpea bravío las rocas
gastadas. No sabía, entonces, que sería el último
julio de nuestra amistad. La playa sigue allí,
imperturbable.
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