Desanudas la cinta azul que vela tu hombro núbil,
el encaje, levemente doblado, asoma sobre el pecho.
Un giro de cabellos rojos excita el silencio con su perfume
de azahar, la mano desata un nudo, revienta el ojal
con estrategia de mariposa. La blusa se vence por el columpio
de la espalda, tu geografía es diamante sin sed, brilla con la luz
primera como un arpegio de cal, como una luna virgen
entre nubes de color. Bajo el abdomen el lirio fértil,
desprendida la enagua del pilar, reciben los senos el aire,
cae del meandro-confín de tus islas- una rosa de seda
que se desliza por los muslos abiertos como un navío
que sucumbiese hacia el precipicio oscuro de la caoba.
Las medias, acostumbradas al roce de tu piel, se estancan,
suavemente, con los dedos, consigues enrollar su textura
hasta las colinas de los empeines, alzas los pies, llamándome
así, a tu cubil. Das en ofrenda el tul, la blonda, el recamado
y la urdimbre del sostén. En el albor que precede a la mañana,
sin que la noche nos perturbe, vísteme al fin con tu cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario