Recogiéndome como una alfombra de carne y huesos
voy creando
el espacio que amortigua los sonidos de la vida.
Mi mente se
aísla, niega la percepción audible,
invoca los
recuerdos, se escapa a sus abismos.
Nadie me
habla, nada expulsa sobre mí sus decibelios rojos,
en ningún
lugar mis oídos me traicionan.
Persigo a
la mudez como el lobo persigue la noche aterradora,
soy la rama
del silencio, soy el árbol que no escucha.
Gritadme, y
ni aun así despertaré al tumulto donde las ciudades nadan,
donde los
barrios son estruendo de colmena, confusión de jauría.
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