miércoles, 10 de agosto de 2022

El perfume

 

Agosta el hilo de finísimo coral, hiende el pozo
-oscura manzana- en procesión de esencias.
Se arracima al cáliz o corazón húmedo,
la glándula acoge un himno de ramos odoríferos,
los ojos bajan sus cortinajes de negros
peines tras fluir la luz del aroma en las cuevas
rosáceas del continente-su doble redondez
abierta al sueño del olor, al misterio de los poros
que revientan en sensible crisol- llega con la latitud
del humo, la pureza y la virginidad del instinto, la gota
bajo el pabellón infantil de la coraza. En las muñecas
un beso de rocío-el frasco curvilíneo se vierte en la uña
desvestida-, arcaísmo sensual que concita la pulsión del aire,
da al oxígeno el peso de una corola, lame la lengua
del ocaso, pone pérgolas de efluvio en la respiración,
acompaña su proximidad con un barniz ilusorio
que despierta, sutilmente, el ansia en mi plexo.

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