Las moradas son de carne, como una piel vencida por los años.
Siente los latidos por donde circula el tiempo, la caducidad fatal
de las cosas cuando penetras su dermis oscurecida y anuncias tu llegada
con los pasos tambaleantes del ayer. Cada puerta se abre a tu memoria,
en los ojos cerrados continúa la luz vertiéndose sobre una melancólica
fotografía que, de pronto, se vuelve animus vitae, huella en movimiento
que cruza el revés de tus párpados. ¿Cuáles objetos llaman al punto exacto
en que nacieron?, ¿ qué voz dice tu nombre?, ¿y los rastros, los misterios,
la música, las horas en que el silencio es un halcón triste que dormita?
En los espejos de tu casa hay luces apagadas que, una vez, iluminaron
tu presente. En las habitaciones los susurros se anclaron como cenefas
de un papel sin color, en las alcobas mueren los deseos con la cogulla
gris del abad, en los salones las palabras han caído y ahora son polvo
de eternidad, humus en el eco de los relojes que no paran de soñar.
Las moradas son de carne, como una piel vencida por los años.
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