miércoles, 17 de agosto de 2022

El hombre universal

 

Aquí estoy, bajo el temblor de los cielos,
perdido en la quietud de los oráculos sin alma,
transeúntes de lo abstracto son los dioses,
las lágrimas del vikingo en Dakkar invencibles;
la marea, la fría marea nos lleva al portal del hielo,
las lanzas aguardan en el sombrío bosque,
un río manso entre los tótems, circula.

Crece el sicomoro y la hierbabuena,
veo las máscaras de la tribu encaramándose al efluvio del volcán,
dejan pisadas de azufre los caníbales porque Popocatépetl arroja llamas;
la arena, la amarilla arena de las dunas de Egipto,
el mundo breve de las locomotoras de hierro
-su tránsito de soplo, o fúnebre lucidez-
recorre las praderas de Escocia,
los hangares de viejos aviones ocultos por toldos de esparto,
las rosas de una pérgola en los jardines prohibidos de Nabucodonosor,
una elegía en el corazón del zagal,
la Biblia de tapas nacaradas que lee el novicio
¡qué nervadura bivalva, con su vientre de arcoíris!
mientras evoca el tenaz olfateo de la hiena,
la noche muere en abril con colmillo de medialuna.

Los océanos y las sirenas de Corfú, la ola cansada de morir en las playas de Valparaíso,
lo etrusco en tu voz y la pax romana como un mapamundi rojo,
occidente y su orgullo tras las bombas de Hiroshima y Nagasaki,
las minas de cobre explotadas por la fe.

Descifro en el cielo claro un dibujo de caligramas que hilan símbolos,
una madrépora de jeroglíficos que navegan por nubes de ámbar;
la sinagoga es una pared, oran las vírgenes, el golem renace;
jamás ha visto la luz, ni las tumbas ni los incendios, ni el humo de los crematorios,
la tierra luce candelabros de oro en las siete colinas de Roma,
la tierra es un mercado de sombreros negros y levitas de corte burgués.

Hay joyas ocultas en el talmud del rabino,
el polvo muerde las entrañas de otra raza,
junto al mar de los profetas un monte árido brota entre la niebla.

Los augures ya lo predijeron: un día serás máquina,
sus palabras febriles enmascaran a los monstruos con epitafios dorados,
un cohete parte sin que nadie espere su retorno, la fórmula del tiempo es el no ser.

Dicen que el impulso del vampiro no es matar, sino sobrevivir. Yo también lo creo.

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