martes, 23 de agosto de 2022

El ángel

 

Esta mano grande, de tacto invisible,
se posa en tu hombro, ilumina tu noche.

La altura es una condena, mis alas ya viejas
no agitan el aire, los hombres y las mujeres
en el infierno de su desesperanza, los niños
de lágrimas jóvenes juegan conmigo tras los muros del hospital.

Hay bancos vacíos en las plazas, eternamente vacíos,
hay rostros sin mirada ante mí;
yo les doy mi sonrisa, les acuno y les canto.

¡Ah! del horror de los cementerios
cuando los cuerpos escalan como queriendo abrazarme,
la luna conoce mis límites, en el mandato divino
está la razón de no ser universal.

Ríos y ríos de gente, el humo de las fábricas,
los horarios sin término, las bibliotecas
donde aún perviven los latidos de la historia,
la podredumbre de las ciudades vencidas por el tiempo.

Yo que amé la bondad de los espíritus,
yo que apacigüé el temblor de los corazones;
hoy me rindo a la carne y a la ternura,
y dejo mi caricia sobre la lenta extinción de las almas que sufren.

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