Oh sí la fugitiva y rauda, la del azul sobre el azul,
la vertiginosa efigie que se oculta bajo el cristal salino.
Qué huida en el haz del faro que la persigue con su lengua- tenaza
de triste sátiro, qué negra pupila la de este mar, en calvario de orcas
y ballenas tricolores, que bajan al abstracto nadir en cenefa de hilo,
cosiendo el arbitrio de la estampida al ojo abisal de la corriente,
madura en su voz la sonrisa del polímero, orgullosa matriz
que envuelve la sierpe de su extremidad, en blanquecino
ejército un coro de rizomas lunares, misógino el vacío
que ocupan los peces con el vibrar de sus aletas traslúcidas;
ella cárcel y tiniebla, oro y perfume en las vértebras fósiles
de los acantilados, un reflejo en el polisón de algas rojizas
prorrumpe entre sus ojos de glauca sal, el desabrido crustáceo,
rojo púrpura, desanda entre las rosas del coralino su añeja ruta
de cáliz y mica, de ondas sonoras que recorren la longitud de su apéndice,
resbalan los dedos del tritón altivo sobre la hendidura de su beso labial
y es que hay carne y una retícula de escamas, un rubí en los hombros
y marfil en su boca salífera; y es que hay paz, una paz de horarios grises,
un país de máscaras y cuevas marinas, una mandrágora de pólipos
y miríadas de seres danzantes alrededor de su halo; y es que, aunque
vive en las sombras, reluce con el sol que penetra la cresta del mar
y la nimba y la esconde del tridente, del barco enternecido,
de la bruma que bajo el mar se anilla a su costal, pero ella
insiste en mostrarse a solas desde la hostil infinitud de los espejos.
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