El tren era
una rosa triste hasta el cáliz de la luz y tu nombre.
Hay códigos
de palabras que no supe decir,
la tarde
vio en la redonda luna
su muerte
de claridad envejecida.
En los
rumores del bar los ecos callan,
solo el
fluido de una frase llega a ti como un abrazo.
Dejo, en
los posos del café, una incógnita de rizos y ojos verdes,
una tez
alba de juventud plena.
El mismo reloj de ayer está midiendo tu ausencia,
ahora, en los posos del café, ningún dios dibuja tu rostro.
La lluvia
cae sobre el rosal, el tren regresa a su nido.
Yo cabalgo
la noche.
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