La vida es el río y el olor a tierra húmeda.
Los tejados de pizarra, la yerba alta como una cabellera verde,
la lentitud del ganado que marca el ritmo sin pausa del día.
Aquí jugué con mi carne al sol,
aquí me sentí aire o pájaro.
Las voces como un latido unísono de labor y mansedumbre,
el odre y la siega, los huertos de hojas brillantes,
el maíz y el trigo son símbolos de feracidad.
La ancestral cosecha se vierte en redondas ofrendas de mies amarilla,
el fruto madura en los alpendres y en los hórreos,
un rumor de agua se escucha en mis sueños.
Habitan el campanario las golondrinas,
que restallan como látigos negros en el azul.
Y la desmemoria de la escuela cuando no hay relojes ni libros,
ni lecciones en los párpados.
De pronto veo el tránsito sin rumbo de una pluma
que el viento dirige hacia el final de la noche.
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