Otra vez el ardid, qué buscas en las ruinas de Eleusis:
un misterio
útil, una puerta abierta, un lugar que desconoces. Te
traiciona
el ansia del fin, y es el Padre tu escudo. Para los
vivos no hay mapa
en el averno, sobrevuela el humo del cabo, el agujero
febril donde
la negrura es la sombra de las almas perdidas. Paga al
viejo Caronte
tu óbolo de paz, cruza con sigilo el río de la muerte,
ancla tu designio
en la orilla donde la oscuridad se tiñe con relámpagos
de fuego. Allí,
entre colinas de fósforo, allí bajo la luna de hierro
de la condena,
allí donde el can despiadado ladra tres veces, muerde
la carne,
prohíbe que el destino sea luz, su dolor se arrastra
como un gusano
fiero y triste. Rechaza el eco de la Medusa- su mil
serpientes
solo son espejismo-, Teseo y su trono de piedra, el
gran amo
del inframundo te desafía con un desliz, “será tuyo Cerbero si usas
la caricia y no la espada, si entiendes su desgracia, que es como
la tuya, una falsa cadena, un yugo de aire, un artificio que la vengativa
diosa construye. Cuando beses al perro besarás a una nueva luz".
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